martes, 16 de diciembre de 2014

COSAS QUE VEMOS PERO NO COMPRENDEMOS

- CUENTO -

Erase el curioso e inteligente ser que habita en el preciado santuario de tu cuerpo, un día cualquiera, cuando tibia y plácidamente yacías en el maravilloso mundo de tus sueños, sentiste que tu espíritu lenta pero decididamente, intentaba abandonar el cofre sublime que cubre tu ser. En un principio, el miedo y la angustia ¡te invadieron! Creías que te abandonaría para siempre y  tal vez morirías. Sin embargo, tus temores se desvanecieron cuando contemplaste los exóticos paisajes que en el mundo de lo desconocido encontrabas. Las maravillas que empezabas a observar en aquel viaje por lo desconocido, cual pétalos de rosa, aquel paisaje desplegó ante tus ojos sus encantos, se esparcían cual finas y delicadas pinceladas a lo largo y ancho de la faz de la llamada madre de las todas las criaturas vivientes. Pues ahora, tu espíritu se encontraba extasiado y estupefacto ante los acontecimientos que ocurrían en esos parajes que te parecían ya conocidos. Allí, convivían diferentes factores vivientes y no vivientes. En ese momento, una dulce voz cual diminutas campanillas susurró en tu oído, – Todo lo que ocurre aquí, sucede por que todos se necesitan. Ninguno de los factores puede existir sin el otro, en el momento de faltar uno de ellos, el equilibrio del ecosistema se rompe y ocasiona terribles consecuencias. En ese instante, un pensamiento fugas atravesó tu memoria,  recordando que “el lugar donde los seres vivos se relacionan entre sí y con el medio ambiente” se  conoce como ecosistema. Cosa que no habías logrado asimilar cuando en tus cinco sentidos estabas.
 Al seguir en el detalle de los acontecimientos que captaba tu espíritu volador, se veía que desde lo infinito se desprendían incontables rayos de todos los colores, y como estaban tan juntos, se confundían y chocaban como un haz de luz blanca sobre un verde tapete flotador. Lo fantástico no terminaba allí, pues en este instante, descubres que el tapete está formado por unos cofres en forma de hojas que los expertos del lugar, decían que son los órganos foliares de las plantas que encierran una sustancia mágica llamada clorofila.
– ¿Cuál será la magia que realizan? Te preguntaste. Como si adivinaran tus pensamientos, una voz ronca, cual proyectil suavemente se estrelló contra tus tímpanos y dijo – Es que ese pigmento con la ayuda de la luz solar, utiliza las materias primas que llegan desde la raíz y la que entra por los estomas,  las junta y las convierte en alimento para otros seres extraordinarios que no tienen la capacidad para hacer la magia de la fotosíntesis y por eso, los llaman heterótrofos. – ¿y cómo se llaman los de los cofres mágicos? Preguntaste. – Autótrofos. Contestó la voz.
Con la boca abierta, te extasiabas al ver como continuamente llegaban paqueticos blancos y penetraban en las hojas y ya no volvían a salir. ¡Al mismo tiempo! Notaste que del tapete verde, brotaban hermosas flores de lindos colores. Tu entusiasmo crecía y crecía ilimitadamente mas un oscuro manto de tristeza cubrió todo tu ser, las flores se cayeron... Los segundos más eternos inindaron tu congoja que pronto desapareció. Del  lugar de donde antes se desgranaron los pétalos florales, mágicamente aparecían unas minúsculas bolitas que crecían y crecían hasta convertirse en los más exquisitos y apetecidos frutos. Notaste que los proyectos frutícolas, no crecían siempre, solo aumentaban de tamaño cuando estaban presentes los blancos paquetes luminosos y como  desaparecían por momentos, el crecimiento también se detenía. Sin entender que era lo que estaba ocurriendo, tu inquieto espíritu investigador acudió a indagar ante un grupo de hombres de arrastrantes barbas. Eran los sabios del lugar. Un hombre viejo de largas barbas entre doradas y azules con destellantes ojos de igual color, se apresuró a atenderte. - ¿Porqué dejan de crecer los proyectos de frutos cuando no llegan los blancos paquetes luminosos? ¿Y por qué si crecen cuando si los hay? ¿y Por...? – ¡un momento! Grito el sabio, una pregunta a la vez. –  Los frutos no crecen porque sin la luz, la clorofila de los cofres no puede realizar su trabajo que se llama fotosíntesis. . . Pasaron unos segundos en silencio y...
– No se lo digas a nadie, dijo el sabio – ¿Sabes? Es que la clorofila es la magia que fabrica alimento y como solo la tienen las plantas, son las únicas que producen alimento. Por eso, se les llama productores. Si la luz desaparece, entonces, no hay producción de alimento y los frutos no aumentan de tamaño. – ¡No entiendo eso! replicaste. – Lo que pasa continuó el sabio, es que en las hojas de las plantas a medida que la fotosíntesis fabrica alimento hay unos  conductos llamados floema que permiten llevar la sabia elaborada y guardarla poco a poco en sus depósitos que crecen y maduran y al final, se convierten en frutos que son el alimento de los heterótrofos. En ese instante, preguntaste...
– ¿Si únicamente las plantas tienen la magia para hacer alimento, quien hace alimento para ellas? – ¡Ellas mismas! Contestó el sabio. Cuando no hay energía luminosa como en este instante, ellas consumen parte del alimento que fabricaron durante el período luminoso. Ese proceso es contrario a la fotosíntesis, usa alimento y lo transforma en energía para cumplir con las funciones vitales. Aún no  comprendías como era eso de la fotosíntesis de los vegetales. Tu atención estaba dirigida al personaje de túnica blanca, barba y ojos azul dorados. 
Por estar tan atento a las explicaciones que daba el sabio, no te percataste que los paquetes blancos habían empezado a llegar y, de adentro de todos los cofres salía el murmullo de estar trabajando. Apenas en ese instante te diste cuenta que el verde tapete no flotaba. Estaba inserto en una masa grisácea llamada suelo, y quienes tejían aquel tapete verde, eran los vegetales que se anclaban con sus raíces y que de cada cuello se desprendían los tallos llenos de hojas verdes, flores de lindos colores  y jugosos frutos. Pero, ¡oh sorpresa! En ese lugar, los vegetales no eran los únicos habitantes. Pues entre ellos, fluía un líquido transparente que se almacenaba en grandes huecos que los cubría, de ellos, se evaporaba y caía nuevamente como gotas transparentes o como blancos y opacos granos. Al caer sobre el suelo, parte penetraba en él y la otra parte se escurría por cualquier sitio que presentaba un desnivel. El continuo caer y caer de aquellas cristalinas gotas, formaba unos serpenteantes hilos que en su recorrido se enturbiaban. Al juntarse unos con otros, se engrosaban y engrosaban hasta que finalmente, vomitaban su escurridizo contenido en una inmensa masa de lo mismo, pero de color algo mas claro. – ¡Te das cuanta de lo que ocurre en este instante! Grito una ronca voz, temblorosa y furibunda. Era otro sabio que estaba contemplando como ese líquido transparente, al caer sobre el suelo y al formar las serpenteantes corrientes, encajaba en su seno al frágil suelo y con él, adoptaba ese desagradable color turbio. Cuando terminó ese macabro espectáculo, ya no había el tapete verde la escorrentía había erosionado el suelo fértil. Eso, fue lo que enfureció al sabio y también tu espíritu aventurero empezó a sentir muchísima rabia contra a los culpables que contaminaron el agua. Pero, ¿Quienes eran?............Tus sentidos de observación se agudizaron más. Ahora, podías ver claramente como parte de ese  líquido, se metía apresuradamente entre las entrañas de la masa grisácea. Apenas ahora empezabas a comprender eso de la fotosíntesis. Con gran claridad mirabas como ordenadamente una tras otra las moléculas de agua que penetraron momentos antes en el suelo, invitaban entusiasmadas a los minerales, para hacer turno y atravesar las puertas imaginarias de los pelos absorbentes de las raíces de los vegetales. Una vez adentro, con igual orden, empezaron a subir y subir por unos invisibles tubos ubicados en el centro de los tallos y se dirigían a cada una de las hojas, se oían voces que decían "la sabia bruta asciende por el xilema". Aquí comprendiste que los órganos foliares de las plantas eran los mismos cofres mágicos de color verde.
El sabio decía que el agua absorbida, las sales minerales, la clorofila y la luz  son insumos de la fotosíntesis. – Aún falta en ellos, el gas carbónico. Decía el sabio – ¿Y ése, que es? ¿Y en donde esta? Preguntaste. – Es un gas que votan los seres vivos cuando respiran y se encuentra formando al aíre. En ese momento, mirando a tu alrededor, te diste cuenta que había un gran círculo trasparente que se extendía como cien kilómetros y cubría todo lo  que hasta el momento habías visto. En esa esfera transparente, notaste que entre las diferentes bolas moleculares invisibles que lo componían chocaban unas con otras y rebotaban después de cada choque y chocaban con todo lo que se les atravesaba. ¡De pronto! Algunas de aquellas invisibles bolas, empezaron a ser escogidas y tragadas por unos invisibles orificios que se abrían y se cerraban en el envés de las hojas de los vegetales y pasaban a ser parte de la despensa de cada hoja. – Ahora que has visto como ha llegado desde la raíz parte la materia prima que se necesita para la fotosíntesis podrás comprender como crecen los frutos de los vegetales. Dijo el sabio. Al terminar de escuchar estas palabras, sentiste que un invisible estoma de una hoja, te tragó en compañía de una molécula de gas carbónico. – ¡Auxilio, auxilio! ¡Los orificios invisibles de las hojas me tragan! Gritabas desesperadamente. Más nada se podía hacer, ya estabas adentro.
Estando dentro de la hoja, no tenías miedo pues el agua te tendió su mano y dijo ¡bienvenido! Igual saludo te dieron las sales minerales y también el gas carbónico. Quienes no se percataron de tu presencia fueron la luz y la clorofila. Estaban demasiado concentradas en sus labores. Luz, alumbraba a clorofila para que pueda escoger entre la despensa las moléculas de agua y las de gas carbónico que necesitaba para moldear algo que se conocía con el nombre de glucosa. ¡ohh sorpresa! Con qué claridad miraste que junto a los invisibles tubos por donde subiera el agua y las sales minerales, había otros, por donde la glucosa, los aminoácidos, los lípidos eran empujados como si se tratara de ladrillos transparentes hasta llegar a los frutos y cada vez que entraban, el fruto se hinchaba...Se escucho una voz que decía "la sabia elaborada viaja por el floema".
Adicionalmente a ese producto fabricado, casi continuamente se desprendían unas bolitas de un gas especial, que de dos en dos formaban una molécula de oxígeno, abrían los ostiolos y salían a confundirse con las demás esferas invisibles del círculo transparente.
En ese instante, y cuando el ostiolo de un estoma aún no cerraba sus puertas después de haber permitido la salida de la última molécula de oxígeno, diste un gigantesco salto  y a través del ostiolo del estoma lograste salir de la hoja. Una vez fuera, escuchaste decir que el gas especial que producía la fotosíntesis, los heterótrofos lo usaban para respirar.
En el círculo transparente, notaste también, que de aquel líquido que cayó algunas veces como gotas, que se escurrió serpenteante, que se acumulaba y se evaporaba, en algunos lugares había más vapor que en otros. – eso, es la humedad. Decía  el sabio. – Si agudizas un poco más tus sentidos, podrás darte cuenta que latemperatura tiene mucho que ver con la humedad. Replicó el sabio. En este instante, notaste que del suelo saltaban infinidad de moléculas de agua acosadas por el calor y quedaban flotando en el aíre. Al instante pudiste ver que el suelo era cubierto por diferentes clases de vegetales, en obediencia a los mandatos de unos gigantes invisibles, llamados: la temperatura, la humedad y comentaban que también participaba en esa distribución  la luz, el aíre el agua.
Una vez fuera de tu último encierro y con una tenue tranquilidad contemplabas como los lugares de la madre naturaleza tenia otros habitantes. Seres que se movían por sí solos, eran malvados, despiadados, que sin compasión alguna, devoraban a los vegetales del lugar. Sin embargo, estos últimos no desaparecían del todo, después de un tiempo, nuevamente estaban tan grandes como antes. Nuevamente la felicidad empezaba a invadir a tu espíritu aventurero mirando la recuperación de las víctimas depredadas. Sin embargo, la felicidad duró muy poco, cuando nuevamente aparecieron los depredadores y terminaron con la existencia de los portadores de los mágicos cofres verdes. – ¿Porqué? Gritó desesperadamente tu espíritu aventurero. – ¡No te aflijas! Respondió el sabio. Así es la naturaleza, allí esta lo mágico. Sus moradores vegetales, se recuperan una y otra vez, y las veces que sean necesarias. Para eso, cuentan con los blancos paqueticos ­de energía luminosa que envió hace mucho tiempo atrás el astro rey. –¡El sol! Pensaste. Y el sabio continuó, el gas carbónico del aíre que cruza entre los ostiolos de los estomas de las hojas, el líquido vital que penetra el suelo cuando cae como cristalinas gotas y que sube por el corazón del vegetal hasta encontrar los cofres mágicos llenos de clorofila para nuevamente ser convertidos en alimento.

Ahora, estaba tranquilo el espíritu aventurero. ¡De pronto!,  Miró que a los lugares, les habían asignado unos límites imaginarios y los llamaban ecosistemas. – Te voy a contar otro secreto. Dijo el sabio. – En  cada uno de ellos, siempre esta la luz, el suelo, la humedad, la temperatura y el agua a estos los apodan los factores abióticos. Sin embargo, los que viven en cada uno de ellos, son diferentes. ¡Quieres saber el apodo de ellos? Preguntó el sabio. – Si, si. Respondió el espíritu. –Factores bióticos Respondió. – ¿Por qué les llaman así? Preguntó el espíritu aventurero. – Los abióticos porque no tienen vida. Y como puedes darte cuenta, además de ellos están los otros factores, que realizan las funciones vitales. En ese momento, notó el espíritu aventurero que tanto los vegetales como los que se alimentaban de ellos, nacían, se alimentaban, hacían circulación, respiraban, botaban los deshechos de los alimentos en la excreción, crecían, se reproducían y morían.
Nuevamente fue invadido el espíritu por el miedo, pues se dio cuenta que a los seres que devoraron a las plantas, los estaban devorando otros seres. Y ¡ohh Sorpresa! A éstos también los devoraban otros. Encontrándose en esta espantosa situación y cuando creía que también sería devorado por alguien, otro sabio que por allí pasaba al notar el susto del espíritu aventurero, adivinando sus pensamientos, le dijo –Lo  que piensas es verdad. Pero por el estado en el que te encuentras, nada te pasará. ¡Cálmate! Y mejor continúa disfrutando de los acontecimientos, contempla con atención como los seres vivos se organizan en el ecosistema. En ese instante, miró que los individuos con características semejantes, hacían grupos y se ubicaban en cada sector de la división imaginaria. Algunos parecían estar quietos y únicamente se limitaban aparentemente a crecer, eran los vegetales. Pero los que se movían de un lugar a otro, corrían, saltaban, hacían ruidos, peleaban y todo eso lo hacían por devorar a los productores de alimento. A pesar de eso, nuevamente se juntaban. – Eso que acabas de detallar, se llama población. Dijo el sabio. – ¡Mire señor! Una población de hierbas, otra de saltamontes, allá una de conejos, por allá una de venados, ¡mire que cantidad de búfalos! decía el espíritu. – Hay infinidad de poblaciones. Contestó el sabio. – Dentro del agua hay poblaciones de algas que son los productores en este medio. Replicó el sabio. – Pero todos ellos no están en el mismo lugar. Dijo el espíritu. – Ellos se instalan donde encuentran los mejores factores ambientales o se adaptan a ellos y establecen relaciones. – Mira como esos conejos grandes hacen correr a los chicos y se comen su alimento. Dijo el sabio. – ¿Están compitiendo entre ellos? – Sí. Respondió el sabio. – También hacen relación de competencia por las hembras o por el territorio. – Pero como puedes ver, continúo el sabio. También en el lugar hay poblaciones de otros seres vivos,  ese conjunto es la comunidad.

El espíritu aventurero, ahora miraba que los saltamontes con gran apetito depredaban el pasto. Fijó la mirada en uno gordo y saludable, era el más comilón. Repentinamente desapareció. El espíritu creyó que había saltado, pero miró que entre el pasto, una rana abría y cerraba su boca y entre esos movimientos era engullido el gordo saltamontes. Sumido en sus pensamientos guardó silencio hasta que el sabio comento. – En una comunidad hay otro tipo de relaciones, la que acabas de ver, es la depredación. – ¿El uno mata y se alimenta del otro? Preguntó. – Sí, Respondió el sabio. El que mata es el depredador y el que muere la presa.
La gran rana después de saborear su jugoso saltamontes, dormitaba entre el húmedo pasto, que a lo lejos empezó a abrirse como si alguien se arrastrara entre sus individuos, el serpenteante movimiento se dirigió justo hasta donde estaba la desprevenida rana y una enorme boca con dos finísimos ganchos, capturó al batracio y con toscos movimientos engulló a la desventurada. Al pasar el tiempo, la abultada figura de la rana se miraba como lentamente era conducida por entre el tubo digestivo de la serpiente. Las sorpresas del espíritu investigador no terminaban aún. En un abrir y cerrar de ojos, un proyectil emplumado bajó desde lo alto y entre sus puntiagudas garras se miraba retorcer al reptil cuando el halcón se elevaba nuevamente por los aíres. Pasó la mano por su sudorosa frente el inquieto espíritu y con desorbitados ojos miró al sabio, este con una gran sonrisa dibujada en sus labios, dijo – Acabas de presenciar una parte de la cadena alimentaria. ¿Recuerdas los paquetes de luz blanca? – ¡Claro que sí! Respondió el espíritu. – Recuerda que es energía luminosa que las hierbas la convirtieron en energía química o alimento que hace parte del cuerpo de ellas. Al ser comidas por el saltamontes, dicha energía es materia de este animal y como ese fue alimento de la rana y esta de la serpiente y esta del halcón, al final, parte de la energía luminosa, también es materia integrante del cuerpo del halcón. – ¡Ah! Eso significa que la energía va pasando de un ser a otro. Pensó el espíritu. – Excelente deducción, tiene que ver con la pirámide alimentaria. Replicó el sabio.

El espíritu ahora estaba muy orgulloso por haber entendido eso. De pronto, miró que algunas hierbas, algunos saltamontes, unas ranas, unos venados, habían muerto y sus cadáveres daban la impresión de ser basura detestable. – ¡Debo limpiar el ecosistema! Pensó el espíritu. Más en ese instante, aparecieron los "gallinazos" y los buitres y empezaron a desgarrar y engullir las frías carnes cadavéricas. No pasó demasiado tiempo, cuando los antes carnudos cuerpos, se convirtieron en osamentas blancas que tampoco tardaron en desaparecer. Una jauría de hienas, terminó su existencia. – ¡Uff! Que bueno, ya fue descontaminado ¡pero los cadáveres de los vegetales aún siguen allí! Dijo el  espíritu. – Agudiza tu sentido de observación. Dijo el sabio. – Los carroñeros ya hicieron su trabajo. Ahora, Mira el trabajo que están realizando los hongos y las bacterias con los cadáveres de carroñeros y demás seres orgánicos.
Fijó toda su atención en los cadáveres de una hiena, un halcón, un árbol, unas hierbas y cual potente microscopio, sus ojos podían ver claramente que en las superficies de cada uno, los hongos y bacterias vomitaban enzimáticos líquidos que derretían los cuerpos cadavéricos para luego absorber el pegajoso líquido al tiempo que aumentaba el número de los vomitones. – Son los descomponedores. Dijo finalmente el sabio anciano que empezó a difuminar su figura en el horizonte..... Un hondo suspiro flotó por siempre en la inmensidad de aquel oscuro cuarto transparente del dormitorio y una dulce voz de madre dijo:
- es hora de levantarse para ir al colegio.

LUIS ANTONIO MUÑOZ
                Autor.




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